Fin de una era

Estos meses han sido pura prueba de sobrevivencia. Sobreviví como he sobrevivido a los malos amores, a las historias que debían tener final feliz y a los cuentos de hadas.

Estoy bien. Sí. Si por estar bien queremos decir andando, viajando, bebiendo, comiendo, vistiendo y probándome que mi historia no acaba aquí.

Esa es la lección más importante -y me la dio El Bebé Tortugo cuando dijo «Se acabó la era de papá. Como la de los dinosaurios. Papá se extinguió».

Así de simple, plano y llano.

Papá, El Conejito Latino Tropical no se murió, no nos abandonó, no se fue. Simplemente se extinguió. Se acabó su era, su época y como todo ciclo, cerró con un meteorito cayendo, con un estrepitoso movimiento telúrico. Destruyendo lo que había, dejándonos mudos y solos. Nuestra historia juntos terminó de contarse. Y se contó bien. Amorosamente bien.

Acabó de contarse en este blog que lo vió llegar, instalarse quedito como la humedad y quedarse con esa famosa frase de «hasta que la muerte nos separe». Pues bien, nos separó. Han pasado seis meses. De silencio. De reconstrucción. De hacer espacio a una nueva historia. Y yo cierro el capítulo. Ese enorme y significativo capítulo que me convirtió en una Conejita distinta de la de antes y que me deja lista para la de hoy.

Se acabó esa historia pero no mi historia. Porque soy, sin duda alguna, mucho más que los Conejitos y Conejitas que han formado parte de mi historia. Soy el resultado de todos estos encuentros y de los que están por venir.

Aquí sigo pues. Reinventándome. Seis meses después del fin de la era. Quitando el polvo que me dejaron los escombros y con el sol de frente, lista, una vez más para lo que está por venir.

Impronunciable

Creo que es hora de decir eso que me he negado a siquiera pensar con la férrea convicción de que si no lo digo, no sucede.

Aunque he pasado los últimos 50 días sentada junto a la cama de un hospital, no he permitido que esa idea se convierta en palabras. Algunos lo han sugerido:

-“Creo que es tiempo de que lo consideres”, dijo su hermana desde la silla de junto mientras ambas mirábamos la cama de metal.

-“No”. No sé si lo dije o lo pensé. No lo pienso, quiero ni intento considerar.

-“Dejemos que la naturaleza siga su curso”, me dijo un doctor en un cuartito con una mesa, una lámpara y una caja de Kleenex. En mi interior se desataron todas las furias de los océanos. ¿Qué coños dice? Llevamos siete si-e-te años haciendo que la naturaleza no siga su curso y eso no va cambiar ahora.

Otros lo han sugerido sutilmente con la consabida frase “que se haga la voluntad De Dios”. Yo en tanto no sé siquiera cómo creer en ese Dios, su voluntad y su manera de amar.

Pero esta mañana, esa idea maldita se posó suavemente en mi entrecejo. Justo cuando le tomé la mano mientras se estrujaba con fuerza la cabeza y arrugaba los párpados haciendo que una lagrima se escurriera lenta desde la comisura. Así no, pensé. Así me quedan menos herramientas, menos argumentos, menos alientos para aferrarme a nuestra lucha. Así no te quiero. Así no nos quiero. Así si quieres, te dejo.

Contratiempos

Empezamos la aventura mediterránea con un viaje de cinco horas en tren, en pleno verano y con el aire acondicionado descompuesto. Vomité todo el camino pero no podía ser tan malo. Finalmente llegamos al Pueblo en el Tacón de la Bota. El hotel, me habían dicho, quedaba a ‘cinco minutos’. Y yo les creí.

Emprendimos el camino. El Conejito Tropical –cargado con 3 de las cuatro maletas de 23kg. cada una- trataba de infundirme ánimos cada que yo perdía el aliento en una esquina bajo el sol de la 1.30 de la tarde. Necesitaba aire, agua y una silla. No llegaba ni a las 8 semanas de embarazo y ya me sentía pesada como un hipopótamo.

Tras dar vueltas por 27 callejones empedrados y mirar en distintas perspectivas el mapa llegamos a nuestro destino. Un maravilloso y familiar bed & breakfast boutique que prometía ser un paraíso de sólo 4 habitaciones.

¿El problema? La puerta estaba cerrada.

Tocamos varias veces, sin respuesta. El Conejito Tropical me miraba con desconfianza sin articular el fatídico “¿estás segura que es aquí?”.

Tomé el teléfono y llamé.

-Lo siento, es hora de la comida. Regresamos a las 4, dijo una simpática italiana sin ninguna intención de cambiar sus planes.

¡Diablos! ¿Qué se suponía que deberíamos hacer en esa ciudad desierta en las próximas 2.30 horas?

-Busquen un lugar para comer y los veo a la vuelta.

Mire al Conejito Tropical con las orejas gachas. Era hora de explicarle que las facilidades y servicio inmediato no es una de las cualidades de los localeS

Con altas y bajas seguimos nuestro ansiado roadtrip por espectaculares ciudades, visitamos playas de ensueño y dormimos en camas de plumas para despertar, literal, con el cantar de los pájaros.

Hasta una mañana que entré al baño y el corazón se me paralizó. Dos inconfundibles manchas de sangre me dejaron fría, la cabeza me dio vueltas.

Pálida y con los ojos vidriosos, me paré en la puerta del baño. El Conejito Tropical se sentó de un golpe en la cama. En su cara había una mezcla de miedo, sorpresa y desconcierto que no había visto nunca.

-Tenemos problemas, le dije sin expresión en la cara.

El silencio en la habitación se hizo pesado. Me sentí más sola que nunca.

Llamé a mi viejo Doctor de Intimidades en México. Había sido siempre el ginecólogo que había resuelto –a cualquier hora- mis dudas más insólitas. Contestó como siempre, aunque estuviera del otro lado del mundo y con la voz adormilada.

Le conté en tres frases que estaba de vacaciones, embarazada, de 7 semanas, que había visto sangre en mi ropa interior y que tenía miedo y muchas ganas de llorar.

Respiró profundo, hizo rápidos cálculos mentales y me dio tres indicaciones.

-Tranquila, nada malo va a pasar, dijo antes de terminar la conversación.

Colgué el teléfono y le expliqué al Conejito Tropical que tenía que conseguir unas famosas cápsulas en alguna farmacia de ese pueblo perdido en un idioma que no conocía y sin receta médica.

 Sin dudarlo, salió por la puerta.

Yo que iba por ahí de invencible, jugando a la embarazada cool, no sabía si llorar y darle rienda suelta al desconsuelo o contarme el cuento de que al fin yo ni quería tanto tener un bebé.

Tardó los 20 minutos más largos de toda mi vida. Regresó con la bolsita blanca de papel en la mano, sin aliento y con el sudor escurriéndole por la frente.

Respiró profundo y se sentó a mi lado en la cama con una nueva tranquilidad en el rostro.

-No te preocupes, no hicimos nada mal. Si lo perdemos, es que ese bebé no era para nosotros. Ya tendremos otra oportunidad. Y si no, significa que seremos nosotros dos para siempre. Te amo.

Hundí la cabeza en la almohada. Tenía el corazón aliviado. Por primera vez –tenía que reconocerlo- no estaba sola en las aventuras de dos.

-Post original aquí

@conejitadindias

El exorcista (Playlist: Hoy me voy de Kany García)

Una vez prometido al Conejito Tropical que guardaríamos el secreto de este embarazo por lo menos tres meses, corrí a contárselo a mi hermano, mi hermana, dos amigas y un conocido.

Estaba siendo súper discreta considerando el tamaño de semejante bomba noticiosa digna de publicarse in-me-dia-ta-mente-en Facebook.

Antes de hacer maletas para nuestro ansiado viaje por Las Sensuales Costas Mediterráneas , decidí comportarme como una chica responsable e ir a un médico para la revisión de rutina. Bastaba un «usted está perfecta y hecha un bombón» para que yo me subiera al avión sin mirar ni tantito atrás.

Con apenas 5 semanas de embarazo y 437 dudas, la enfermera me recibió a regañadientes, en una cita de 7 minutos exactos. Me tomó muestras de sangre y orina para confirmar mi estado de bienaventuranza e hizo las preguntas de rutina.

-Where are you traveling?, dijo en inglés a pesar de que yo insistía en hablarle en español.

-Italia y…

Sin dejarme terminar, recitó de memoria que debía evitar las carnes frías , la comida chatarra, los embutidos, los quesos no pasteurizados, los mariscos, ciertos pescados y –como si fuera poco- que me mantuviera alejada del vino.

Alcé las cejas sorprendida y abrí la boca sin emitir sonido. ¿Estamos todos locos? ¿De qué se supone que me voy a alimentar los próximos nueve meses?, pensé. Guardé silencio tratando de ser prudente.

También voy a México , dije tímidamente.

Entonces fue ella la que abrió los ojos como platos y comenzó con una retahíla de advertencias:

-Ten mucho cuidado -dijo como si estuviera a punto de tomar un vuelo a El Cairo-. No tomes agua, olvídate de las ensaladas, las verduras crudas y la fruta. Es muuuy peligroso.

Serán mis aires de chica noruega que la confundieron, pero parece que la susodicha no entendió que esta Conejita más curvilínea que carretera a Machu Picchu, junto con otros millones de paisanos crecieron a base de tacos al pastor y agua de horchata .

El embarazo estaba comenzando a parecer más complicado de lo que pensé.

Regresé a casa ligeramente devastada, cargada de recomendaciones y unas asquerosísimas pero indispensables vitaminas prenatales.

Puse manos a la obra y comencé a acomodar mis tacones de impacto , los bikinis brasileños y mis eternos skinny jeans en las dos maletas de 23.1 kilos cada una –porque viajar ligero es un invento de los maridos histéricos.

Ante la mirada sutilmente inquisidora del Conejito Tropical, metí a regañadientes una enorme camisa holgada de lino y unos flats –que mi madre, la Coneja Jefa llamaría chanclas .

Finalmente subimos al avión, rechacé con nostalgia mi primera copita de vino y abrí con desenfado mi revista Vogue edición especial, mientras le pasaba al Conejito Tropical ese que me habían dicho era el indispensable libro «What to expect… (después de los 35)».

Eché la cabeza atrás, respiré profundo y me aseguré de que nada me echaría a perder esta segunda luna de miel que parecía la primera.

Unos minutos después, el Conejito Tropical me miró con la ternura más grande que he visto en sus ojos y me preguntó qué tan bien me sentía pues –según leía- los síntomas comenzaban en esa precisa y fatídica semana 6 .

-Agh- contesté con cierto fastidio. Nada. Estoy perfecta y me siento CERO embarazada .

Tres horas después, el espíritu del exorcista se apoderó de mí y me encontré encorvada en el minúsculo baño del avión. Nauseabunda e insoportable vomité como en una de esas borracheras adolescentes de antología. Sólo me faltó que la cabeza me diera vueltas.

Me miré al espejo y descubrí con horror unas profundas ojeras, la piel paliducha y mis delicadas manos hinchadas como si hubiera amasado tamales la noche entera.

¡Demonios!, pensé. Esto no estaba saliendo como planeado.

Regresé a mi lugar a trompicones, lancé una mirada fulminante al Conejito Tropical, me puse unos enormes lentes obscuros y giré la cabeza hacia la ventanilla.

No puede ser tan grave , repetí en voz alta y con cierta esperanza en el tono de voz. Después de todo, sólo duraría nueve meses.

 

@conejitadindias

Post original en Vista Magazine

¿Te cae?

Cerré y abrí los ojos repetidamente tratando de distinguir las dos rayitas del test en el baño de la oficina. Después de echar a perder el primer test , en este segundo no podía haberme equivocado. Eran dos por más que yo enfocara para hacer desaparecer una. ¡Diablos! Pensé. Estaba aterrorizada.

2013-06-03 15.17.14A punto de cumplir 39 –aunque parezca de 25-, había pasado decenas de veces odiando rayitas, mordiéndome los labios y murmurando «no, no, porfa no. Te juro que no lo vuelvo a hacer sin cuidarme», pero ésta era la primera vez que hacerlo había sido una decisión consciente y madura . Ok no. Sólo consciente.

Y es que, tras una boda tardía pero como Dios manda (incluido el mariachi) y con una horda de abuelas preguntando ‘para cuándo’, el Conejito Tropical y yo habíamos decidido crecer la familia . O por lo menos, habíamos acordado que en algún momento sería buen momento. Pero no se suponía que sucedería ese viernes, en esa oficina y con un viaje en puerta.

Tenía que estar segura antes de tomar cualquier decisión. Corrí al CVS, compré la (tercera) prueba de confirmación –de esas con resultados con todas sus letras- y le pedí a la cajera que me dejara probarla ahí mismo en el baño conocido por los yunkies de la zona.

PREGNANT , se leía en tercas letras negras Arial Bold. Joder.

En mi cabeza cruzó la imagen de mi nuevo vestido en-ta-lla-dí-si-mo de Zara que tendría que regresar, de mis anhelos profesionales puestos en un indefinido standby y de los viajes en el tintero que estaban por quedarse ahí mismo: en el tintero. Tenía ganas de llorar.

Armada de valor regresé a la farmacia, compré una tarjeta de ‘felicitación’ y una cajita para el test. Me subí a mi hermoso convertible tipo Barbie -del que presentí pronto tendría que despedirme- y corrí a encontrarme con el co-culpable de tremendo enredo. Durante toda la cena entre amigos fingí como las grandes. Mis dotes de actriz de Hollywood no me defraudaron cuando rehusé el vino con nostalgia culpando a los antibióticos.

Una vez en casa armé el tinglado. Mientras el Conejito Tropical pasaba sus consabidos cuarenta y cinco (sí, cuarenta y cinco) minutos en el ritual del baño untándose cremas, aceites y menjurjes antes de ir a la cama, dispuse tarjetita, test y a Abelardo , nuestro peluche de cabecera, en la mejor posición para dar la noticia.

Cuando salió fingí estar entretenida en el iPad mientras grababa la escena. ¿Quién me dice que en un futuro no se convertiría en la escena principal de mi película biográfica interpretada por la estrella del momento?

Casi con descuido murmuré:

–Te dejé un regalito en la cama.

Se acercó desconcertado y abrió el sobre. Sacó la tarjeta titubeante y leyó sin entender: «Fatherhood fits you». Miró el test que con todas su famosas letras negras Arial Bold le daban la noticia.

Abrió los ojos como platos y se hicieron los cinco segundos de silencio más pesados de la historia.

En mi cabeza cruzaron como en película todas las reacciones imaginables desde un tierno abrazo fundido en un beso de novela hasta una huída desperada saliendo despavorido por la puerta. Contuve el aliento.

Entonces, el Conejito Tropical volteó a mirarme casi en cámara lenta mientras agitaba el test con la mano y al tiempo que gritaba –sin un ápice de ternura y con toda la testosterona del caso:

–¡Le pegamos, Chapi. Le pegamos!

¿Te cae?

@conejitadindias

Post original aquí

COLGANDO EN TUS MANOS (Playlist: Baute)

¿Qué dijimos, chingau? Esta Coneja que va jugando a hacerse la feliz y que el futuro se le cae justito a la mitad (amo las frases hechas jeje).

A ver, es cierto yo repetí –y bien convencida– la famosísima frase del señor Baute. Y no me rajé. Y lo cumplí. Y como en pocas ocasiones me puse flojita y cooperando. Que me suelto, que me aviento y que no me caigo. Estaba el gran Conejo Novio como Dios Manda esperandome abajito para cuidarme los huesitos. Y todo pintaba bien. Y todo parecía perfecto.

Pero sucedió una vez más: me fuí.

Me fuí, sí. Como siempre me voy. A otra casa-país-continente-vida. Y juro que hago mi mejor esfuerzo. Extraño como se extraña a los amores dejados en otro lado del océano. Tengo skype y mando mensajes a las tres de la mañana. Pero vivo como viviría cualquiera que estuviera instalado en La Ciudad de la Eterna Llovedera.

Y ahora me pesa. Y no el amor dejado allá, eh. Aclaro. Me pesa la resonsabilidad, todititia, de hacerlo feliz. A la distancia. Me pesa no saber partirme en dos. En dos vidas, con dos horarios distintos, con amigos y fiestas en las que sólo puede estar uno. Me pesa estar aprendiendo a ser feliz acá. Conmigo. Como siempre.

Me pesa ser yo. Porque bien lo sé (¡joder Coneja!), que quererme a mí siempre me ha dejado tan poquito tiempo para querer a alguien más.

Snif.

ACOMPAÑAME A ESTAR SOLO (Playlist: Arjona)

Mis días empiezan a solearse. Ya volví a usar tacones y la agenda se me va llenando: un fin de semana por allá, una fiesticilla por aquí, otra reunioncilla por acullá, unos tres que cantan conmigo al gran Ricardo el Poetilla Arjona a todo pulmón (en todos lados se cuecen habas) y una visita que me hace un hoyito en la panza mientras le voy quitando hojitas al calendario.

Y es que no sé si lo dije pero tengo un novio. Bueno no uno sino EL novio de la Conejita: el Conejo Novio como Dios Manda.

Uno se quedó lejos, casi a un océano de distancia. Y que yo hago como que no extraño pero un poco sí. Uno que me llama todos los días, a veces hasta dos, que me manda flores de-las-de-a-de-veras por encima del Atlántico y que me dice (y trata) como princesa.

Uno que bien dice La Coneja Jefa llegó calladito y así se ha ido instalando, muy a sus anchas, abriéndose camino en mis planes futuros y haciendo que a mí hasta me pasen desaparcibida las esporádicas re-apariciones del Conejillo de Miura.

Yo creo, señoras y señores, que suavecito, despacito y sin arranques pasionales, me enamoré.

ESTÁS QUE TE VAS Y TE VAS Y NO TE HAS IDO (Playlist: José Alfredo Jiménez)

Disculpen pero sí. He estado ocupada cursileando, haciéndonos arrumacos y dándome todos los besos disponibles para darse.

Si cuando dije lo del enamoramiento no era broma.

Como tampoco es broma que me quedan exactamente siete días en El Paraíso Tropical. Tic, tac, tic, tac. Y cada noche veo esas maletas listitas para irnos, los mejores tacones empacados y mis botas de hule para arrasar con La Ciudad de la Eterna Llovedera.

Y cada noche me repito que lo estoy haciendo bien, que fue una buena elección, que otro cambio de casa-país-continente-vida no puede ser menos que para bien, que tengo muchas calles aún por ver, gente por conocer y cielos por volar, que bla, bla, bla hasta quedarme dormida.

Y cada mañana despierto con un hoyo en el estómago porque las ganas de mirar el mundo de primera mano se me están haciendo chiquitas.

MUDANZAS (Playlist: Lupita D’Alessio)

Bueno, bueno. No tiene caso explicar lo sucedido, porque las novedades por venir son varias.

Me voy.

Otra vez.

A justo un año de aterrizar en el Paraíso Tropical, montar pisito con hamaca en la terraza, trabajar como hormiguita en La Empresa Más Grande de Medios del Mundo Mundial, comprar toda la ropa y zapatucos imaginables en la tierra de los «mols», aprender a mantener el pelo en su lugar a pesar de la humedad y (sí, sí) hacerme de un bonito novio… me voy.

El destino: La Ciudad de la Eterna Llovedera.

Y yo no quepo entre la emoción y la tristedera de dejar la vida más bien montadita en toda mi conejil historia.