Una vez prometido al Conejito Tropical que guardaríamos el secreto de este embarazo por lo menos tres meses, corrí a contárselo a mi hermano, mi hermana, dos amigas y un conocido.
Estaba siendo súper discreta considerando el tamaño de semejante bomba noticiosa digna de publicarse in-me-dia-ta-mente-en Facebook.
Antes de hacer maletas para nuestro ansiado viaje por Las Sensuales Costas Mediterráneas , decidí comportarme como una chica responsable e ir a un médico para la revisión de rutina. Bastaba un «usted está perfecta y hecha un bombón» para que yo me subiera al avión sin mirar ni tantito atrás.
Con apenas 5 semanas de embarazo y 437 dudas, la enfermera me recibió a regañadientes, en una cita de 7 minutos exactos. Me tomó muestras de sangre y orina para confirmar mi estado de bienaventuranza e hizo las preguntas de rutina.
-Where are you traveling?, dijo en inglés a pesar de que yo insistía en hablarle en español.
-Italia y…
Sin dejarme terminar, recitó de memoria que debía evitar las carnes frías , la comida chatarra, los embutidos, los quesos no pasteurizados, los mariscos, ciertos pescados y –como si fuera poco- que me mantuviera alejada del vino.
Alcé las cejas sorprendida y abrí la boca sin emitir sonido. ¿Estamos todos locos? ¿De qué se supone que me voy a alimentar los próximos nueve meses?, pensé. Guardé silencio tratando de ser prudente.
– También voy a México , dije tímidamente.
Entonces fue ella la que abrió los ojos como platos y comenzó con una retahíla de advertencias:
-Ten mucho cuidado -dijo como si estuviera a punto de tomar un vuelo a El Cairo-. No tomes agua, olvídate de las ensaladas, las verduras crudas y la fruta. Es muuuy peligroso.
Serán mis aires de chica noruega que la confundieron, pero parece que la susodicha no entendió que esta Conejita más curvilínea que carretera a Machu Picchu, junto con otros millones de paisanos crecieron a base de tacos al pastor y agua de horchata .
El embarazo estaba comenzando a parecer más complicado de lo que pensé.
Regresé a casa ligeramente devastada, cargada de recomendaciones y unas asquerosísimas pero indispensables vitaminas prenatales.
Puse manos a la obra y comencé a acomodar mis tacones de impacto , los bikinis brasileños y mis eternos skinny jeans en las dos maletas de 23.1 kilos cada una –porque viajar ligero es un invento de los maridos histéricos.
Ante la mirada sutilmente inquisidora del Conejito Tropical, metí a regañadientes una enorme camisa holgada de lino y unos flats –que mi madre, la Coneja Jefa llamaría chanclas .
Finalmente subimos al avión, rechacé con nostalgia mi primera copita de vino y abrí con desenfado mi revista Vogue edición especial, mientras le pasaba al Conejito Tropical ese que me habían dicho era el indispensable libro «What to expect… (después de los 35)».
Eché la cabeza atrás, respiré profundo y me aseguré de que nada me echaría a perder esta segunda luna de miel que parecía la primera.
Unos minutos después, el Conejito Tropical me miró con la ternura más grande que he visto en sus ojos y me preguntó qué tan bien me sentía pues –según leía- los síntomas comenzaban en esa precisa y fatídica semana 6 .
-Agh- contesté con cierto fastidio. Nada. Estoy perfecta y me siento CERO embarazada .
Tres horas después, el espíritu del exorcista se apoderó de mí y me encontré encorvada en el minúsculo baño del avión. Nauseabunda e insoportable vomité como en una de esas borracheras adolescentes de antología. Sólo me faltó que la cabeza me diera vueltas.
Me miré al espejo y descubrí con horror unas profundas ojeras, la piel paliducha y mis delicadas manos hinchadas como si hubiera amasado tamales la noche entera.
¡Demonios!, pensé. Esto no estaba saliendo como planeado.
Regresé a mi lugar a trompicones, lancé una mirada fulminante al Conejito Tropical, me puse unos enormes lentes obscuros y giré la cabeza hacia la ventanilla.
– No puede ser tan grave , repetí en voz alta y con cierta esperanza en el tono de voz. Después de todo, sólo duraría nueve meses.
@conejitadindias
Post original en Vista Magazine