Pues sí, resulta que tengo un nuevo Compañero de Juegos, que nuevo, nuevo no es. Con el paso de los días, resulta ser que nos habíamos topado varias veces en el camino. Por error, por casualidad, por necios.
Hace unas cuántas semanas, lo ví —así ya en serio— por primera vez. Creo que fue a ritmo de bailes tropicales (y una con eso del piecesito bailarín). Esa noche, iba yo bailando de lo más distraída, cuando noté la fuerza de sus brazos al rodear mi cintura. Seguro se me notó el desconcierto: abrí los ojos, agudicé los sentidos y puse mucha atención. El susodicho en cuestión tenía brazos fuertes. Con eso me fui a dormir. Al despertar ya se me había olvidado todo.
Con esto de los encuentros cercanos, resultó que nos hemos ido topando —ya más por causalidad que casualidad— en otros terrenos. Pasamos de holaquétalbuenastardes a prestarnos nuestras muñecas. Y como buenos Compañeros de Juegos hemos ido dándole vueltas al tablero más de una vez, en poquititos días: que si yo quería jugar primero, que si eran sólo sus canicas, que si estás haciendo trampa, que si tú las traes.
Lo cierto es que aunque me siguen sorprendiendo sus brazos —que sobra decirlo siguen siendo fuertes—, he pasado el periodo de observación por distintas escenas de cuerpo. La risa fuerte… el tatuaje perdido en la espalda… el caminar pausado… los ojos transparentes… las frases donde se le escapa el pasado así como si nada… el cierre tajante de sus conversaciones… la ligera luna blanca que marcan sus uñas… la mueca hacia la izquierda al sonreír. Este Compañero de Juegos despierta mi curiosidad más infantil: la de conocer algo a partir de pedacitos separados.
Hoy entendí por qué. Por que voy diseccionando a mí misma. Será que estoy más reflexiva o sensible o intuitiva o vulnerable. El caso es que preguntándole insistentemente sobre cualquier cosa, termino por contestarme. Por encontrar respuestas. Por soltar mis demonios. Como el del nuevo juego que descubrimos: el de jugar a ser igualitos —y por lo tanto irreconciliables—. Uno peligrosísimo, adictivo, molesto, retador. Mientras escupíamos palabras al telefono, intercambiabamos mensajes de manera acalorada o neceabamos por doceava ocasión, lo supe. Yo era él hace unos años, él es yo tres años después.
Y en el aire, sigue sonando Sabina.