Pues sí, parece que pusimos el corazón en venta. Y me queda claro que eso de andar rematando el corazón como en tianguis es poco sexy. Pero, ahora sí “juro que yo no fuí”.
Todo comenzó (o al menos eso recuerdo) con el Next Door Bunny y sus mensajes escritos sobre el polvo del parabrisas de la Exuberante Princesa Yaris. No pregunten cómo, el susodicho continúo mandando mensajes a mi celular. Al principio lindos, otros ligeramente más exigentes, ya finalmente desesperados ante mi falta de definición. Y bueno sí, no hay muchos que aguanten después de mi interminable “llámame luego y vemos”.
Y es que por ahí traíamos bajo la manga la cita de viernes con el Conejito Probable Ideal. Todo estaba preparadísimo: taconazos de primera, pelazo lacio, vestido ondeante y chamarrita casual. Así como quién no quiere la cosa. Iba yo muy decidida a encontrarme con el susodicho cuando sucedió lo impensable. Entré en pánico. Lo ví a través del cristal, reconocí su figura alta, alta que muy alta, contuve el aliento y me di la vuelta. Y ahí estoy, cual Angélica Yara María, haciéndome trenzas y mordiendo el rebozo, escondida detrás de un estante de libros. La Bombón Bunny no daba crédito a sus ojos y sólo atinaba a repetir:
—”¿Neto, neto no lo vas a saludar?”
Así, con el corazón detenido, miré alejarse al Conejito Probable Ideal jurando que todo es culpa del alcohol que a mí, al contrario de todo el mundo mundial, me inhibe.
En fin, me consoló la idea de que la mañana siguiente la pasaría con el Conejito Marinero, con todas sus buenas intenciones de ponerme a velear en plena Presa Madin. Sí, sí, una presa potabilizadora con todo y el agüita verde. Y sí, sí, una experiencia urbana digna de un largo post. En fin, el resultado más positivo resultó el agarrar buen bronceado.
De regreso a casa, el mismisimo Conejito PR hizo una llamada y ofreció una salidita de domingo de puente. Me pasé la tarde meditando en las reapariciones intermitentes de éste y otros conejitos, como si mi corazoncito fuera asunto de “ring, ring, corre” (el jueguito infantil y ochentero ese que consistía en tocar puertas y correr desesperados esperando que el dueño de la casa no nos encontrara).
Como si mis disertaciones no bastaran y mi estabilidad emocional fuera cosa de nada, el domingo por la noche otro espontáneo decidió ligonearme via sms. ¡Hágame el rechingao favor! Mensajitos varios y anónimos que ofrecían y prometían amor eterno y a primera vista. Tras largo trabajo de investigación minuciosa, el Conejito Anónimo resulto ser nadamásynadamenos que el mismisimo Señor Talabartero de la Esquina. Sí, sí, uno que jura haberse enamorado con que yo nomás le llevara mi chamarrita de gamuza a teflonear.
¡Hábrase visto! Yo ya no sé si alguien me pegó en la espalda un letrerito de “Ofertón. Corazón disponible en reventa. ¿cuánto ofrece?”. O a estas alturas, debería salir con más ropita a tirar la basura, evitar la sonrisa oreja-a-oreja mañanera con los vecinos.. O ya de plano, y con esto del corazón perennemente roto, mejor me postulo como La Reina del Barrio para por lo menos tener el gusto de haber usado una vez en la vida, coronita brillante detenida estratégicamente con una mano sobre la cabeza ladeante, cetro amenazador, banda con hartas lentejuelas sobre el pecho bien erguido y ramo de rosas apenas en flor.
Joder!